Este artículo fue publicado originalmente en Enmoto.tv
A medio camino entre las nubes, los frailejones, los manantiales de agua termal y la cordillera central, incrustada en un frío sepulcral y una neblina sempiterna, ahí está la casa de esta señora de quien por culpa de esta memoria no recuerdo su nombre, pero a quien vamos a llamar Ana, de tez oscura, de arrugas talladas por el viento, el frío y los años; Ana, ataviada de un saco de lana, pantalones raídos botas de caucho y mirada uraña, nos recibió con la cautela de quien sabe cuidarse de los extraños.
A medio camino entre las nubes, los frailejones, los manantiales de agua termal y la cordillera central, incrustada en un frío sepulcral y una neblina sempiterna, ahí está la casa de esta señora de quien por culpa de esta memoria no recuerdo su nombre, pero a quien vamos a llamar Ana, de tez oscura, de arrugas talladas por el viento, el frío y los años; Ana, ataviada de un saco de lana, pantalones raídos botas de caucho y mirada uraña, nos recibió con la cautela de quien sabe cuidarse de los extraños.